Peregrinación al santuario de Nuestra Señora Su-frida
Como fieles devotas, Belén y yo nos formamos en la larga fila. Paso a pasito nos acercábamos al templo de las Bellas Artes. En el camino no se hicieron esperar los souvenirs típicos: fotografías y dibujos con “la verdadera historia”, chicles y golosinas para paliar la espera y la infaltable estampita de la Santa Kahlo milagrosa, cuya jaculatoria podría ser algo así como “Señora Sufrida, haznos parecer cultos”
Cuando por fin logramos atravesar el umbral, el majestuoso edificio se encontraba lleno de feligreses dispuestos a pasar bien cerquita del ayate de su preferencia. No faltaba el niño llorón que rodaba por las escaleras ante la mirada inquisidora de la fervorosa señora de Las Lomas cuyo mayor sacrificio consistía en soportar a la plebe enardecida con la certeza de que nomás ella podría desentrañar el misterio de Nuestra Señora.
Subimos las escaleras sin entonar ningún canto popular, quizá mecidas por la hueva de un día semisoleado y llegamos por fin a la capillita principal llena de gente que procuraba no hacer ruido y apenas murmullaba, semipisaba, sudaba callada.
Dice un guardia que atrás de la raya que estamos trabajando, pero es tentadora la asociación de la mano (MI mano y no otra) pasando por el lienzo, la mano posándose en el tercer ojo cubierto de pelo: la ceja fetiche.
Después pasamos a la zona del vía crucis y los misterios dolorosos: las cartas donde narra su aborto, su postración en la cama. Los gozosos: su amor por Diego. Fisgoneamos todas sus letras, sin pudor, sin respeto, hurgamos, desollamos a la santa del momento, hurgamos en sus reliquias.
Y finalmente el caos en el templo, no sé si los cura-dores esperaban este oleaje peregrino pero los atropellos, los niños perdidos, la búsqueda del ayate milagroso, los vendedores, el exceso de ex votos, de testimonio, de yo la conocí, yo tengo una foto, la tablita de madrea, la charolita que dedicó, todo, todo, es testimonio de su existencia. Frida existió, dicen. Otros juran que se les apareció y otros más hacen películas rentables cuya proyección no se limitará a la Semana Santa.
Lleve, lleve, su estampita, su figurita, su librito, su playera, su pulserita…
Nos vamos cansadas, desmilagradas, desanimadas.
Yo no le pedí nada.
Belén tampoco.
Nos veremos maldecidas con un crecimiento inusual de vello facial.
Para reconciliarnos con Fridita y pedirle perdón, siempre nos quedará la casita azul.
Como fieles devotas, Belén y yo nos formamos en la larga fila. Paso a pasito nos acercábamos al templo de las Bellas Artes. En el camino no se hicieron esperar los souvenirs típicos: fotografías y dibujos con “la verdadera historia”, chicles y golosinas para paliar la espera y la infaltable estampita de la Santa Kahlo milagrosa, cuya jaculatoria podría ser algo así como “Señora Sufrida, haznos parecer cultos”
Cuando por fin logramos atravesar el umbral, el majestuoso edificio se encontraba lleno de feligreses dispuestos a pasar bien cerquita del ayate de su preferencia. No faltaba el niño llorón que rodaba por las escaleras ante la mirada inquisidora de la fervorosa señora de Las Lomas cuyo mayor sacrificio consistía en soportar a la plebe enardecida con la certeza de que nomás ella podría desentrañar el misterio de Nuestra Señora.
Subimos las escaleras sin entonar ningún canto popular, quizá mecidas por la hueva de un día semisoleado y llegamos por fin a la capillita principal llena de gente que procuraba no hacer ruido y apenas murmullaba, semipisaba, sudaba callada.
Dice un guardia que atrás de la raya que estamos trabajando, pero es tentadora la asociación de la mano (MI mano y no otra) pasando por el lienzo, la mano posándose en el tercer ojo cubierto de pelo: la ceja fetiche.
Después pasamos a la zona del vía crucis y los misterios dolorosos: las cartas donde narra su aborto, su postración en la cama. Los gozosos: su amor por Diego. Fisgoneamos todas sus letras, sin pudor, sin respeto, hurgamos, desollamos a la santa del momento, hurgamos en sus reliquias.
Y finalmente el caos en el templo, no sé si los cura-dores esperaban este oleaje peregrino pero los atropellos, los niños perdidos, la búsqueda del ayate milagroso, los vendedores, el exceso de ex votos, de testimonio, de yo la conocí, yo tengo una foto, la tablita de madrea, la charolita que dedicó, todo, todo, es testimonio de su existencia. Frida existió, dicen. Otros juran que se les apareció y otros más hacen películas rentables cuya proyección no se limitará a la Semana Santa.
Lleve, lleve, su estampita, su figurita, su librito, su playera, su pulserita…
Nos vamos cansadas, desmilagradas, desanimadas.
Yo no le pedí nada.
Belén tampoco.
Nos veremos maldecidas con un crecimiento inusual de vello facial.
Para reconciliarnos con Fridita y pedirle perdón, siempre nos quedará la casita azul.
Frida Homenaje Nacional (1907 - 2007) Palacio de Bellas Artes del 13 de junio al 19 de agosto.
(La imagen que ilustra este texto la hice yo... ¿a que no quedó tan pinche?)
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