¿Por dónde empiezo?
Pues no tengo la menor idea. Empezaría por un ramo de chocolates esperando en el aeropuerto pero hoy mi vena cursi está tan saturada de polisacáridos y melazas precumpleañeras que no dejan fluir libremente el torrente sanguíneo a mi cerebro.
Quizá hoy es un día tecnológicamente apto para la escritura porque por fin no tengo que saltar del locutorio pakistaní al locutorio boliviano y estoy en la intimidad de esta casa que futurea con ser mi hogar. Pero no sé. No estoy especialmente insipirada o quizá lo estuve y no tuve un euro para pedir al marajá de pocajú una computadora o dicho sea con estilo español, un ordenador.
No sé, no sé. Esta Barcelona es muy otra a la del viernes con vino malo y una ensalada con mostaza y miel que a B le recordó a nuestra querida M tan lejos de nosotros como nosotros cerca de ella y yo más porque llegan los de Tarragona y entre ellos, ese Kurt Cobain previo a la decadencia del que yo ya tenía conocimiento en una plática de confidencias. Me sonrío mientras en el techo un trapecio se balancea. Pero esa Barcelona, no es esta del forn de pá y de las tiendas chinas de todo a cien cuyos rótulos van perdiendo letras como la peseta memoria para las cuentas cortas, pero persiste para las largas, para las de los millones, las obsesiones hipotecarias porque aquí todo el mundo quiere tener un piso aunque mida dos baldosas e incorpore la recamara-cocina-cuartodebaño en un espacio de guiñol.
Esta ciudad es muchas ciudades en sí mismas. Y escucho Estatut, con la misma frecuencia que antes escuchaba Desafuero, pero con la diferencia de que esta política me roza muy poco -todavía- y me involucra menos -por fortuna- mientras siga buscando La Jornada en internet.
Hay algunos días en que no sé cómo empezar. No esta historia, ni ninguna otra, sino simplemente empezar el día con horas de ventaja mientras me observo dormida en mi cama, o en la que fue mi cama.
Todavía no sé cómo empezar a estar en donde estoy. Pero sospecho que la gestación va siendo buena. Cuando esté en esta Barcelona y en la otra, ya podré estar del todo. Mientras tanto, sigo navegando. No sé porqué compro boletos de avión si me tardo lo mismo que si llegara en barco.
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