29 y contando
Camino menos encorvada que de costumbre para ver si la gente nota que estoy estrenando cumpleaños. ¿Se notará acaso que cada paso aniquila los últimos veintialgo que me quedan?
Sólo por eso decidí caminar por la rambla y no por la acera. Al fondo, se ve la Sagrada Familia iluminada y podría hacer una película musical si tuviera más habilidad, menos vergüenza y un vestido de bolitas.
Ayer el día era pura lluvia y puro gris. Diría que siendo mi cumpleaños no fue más que una tautología, pero ya estoy harta de que todos mis lugares comunes sean tan negros y tan torcidos. En todo caso diré que ayer incubé estos veintinueve encerrada junto a rosas perfectas que hoy amanecieron cabizbajas, yo en cambio amanecí con la cabeza en alto y no por el orgullo sino porque así la papada se nota menos.
Y así, tralarí, tralará, llegué al curso mientras miraba el edificio y supe que nunca había ido a una escuela tan bonita. Cuando buscaba mi salón de clases, pensé que a medida que pasan los años uno se conforma, o se torna optimista, o decide que lo más prudente es dejar de meterse uno mismo el pie y asumir que el problema no es ortopédico.
Como me sobró tiempo, me fumé un cigarro y escribí esto. Al terminar, concluí que de todo lo dicho antes, lo único cierto es que nunca había ido a una escuela tan bonita. Todo lo demás es casi mentira o le falta un hervor para ser verdad.
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