Territorio conquistado
Encontré mi bar favorito en el barrio. Venden cerveza checa y el ambiente es muy jazzy, con mesas de madera y un sótano en donde hacen conciertos.
También sé ya cuál es mi cine favorito: El Renoir Floridablanca. Ahí ví "Hierro 3" y "La vida es un milagro" para después ir a cenar a la Locanda o a algún restaurante pequeño del Raval.
Los dueños del bar de siempre, ya me saludan y sin decir nada me llevan mi Estrella Damm: lo habitual.
Conozco casi de memoria las estaciones de la línea roja e imito el acento catalán del voceador de las estaciones: Torres i Bages!, Universitat!, Catalunya!, Urquinaona!
Me estoy volviendo fan de los cortados y empiezo a mirar extraño el vaso si la Coca Cola no trae su rodajita de limón amarillo.
Sigo con asombro los desaciertos de Aznar que sigue dando patadas de ahogado después de muerto mientras no sé qué ha pasado con el Señor Don Peje.
El sábado viene Rosa de Madrid y me pide que la pasee por esta ciudad. Que le muestre los barrios, las tiendas, los restaurantes, los museos; como si intuyera que ya establecí complicidad con Barcelona.
Pero todos estas ligaduras son como de chicle. En realidad lo que me tiene aquí son raíces más profundas. Aunque como siempre, me resulta más fácil hablar de chicles que de raíces. De cervezas que de sustancias. De bares que de fondos. De fotos que de instantes...
Aún así, justo cuando todo empieza a volverse familiar, me doy cuenta de que pronto darán las doce y la carroza se convertirá en un avión que me dejará rodando cual calabaza en el aeropuerto internacional Benito Juárez. Y he aquí la advertencia, que en realidad quiero que suene a conjuro: Todavía no me he ido, pero ya estoy regresando.
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