Yo fui una lectora compulsiva.
Ahora lo soy a rachas pero de niña leí absolutamente todo lo que cayó en mis
manos y así aprendí muchas cosas, como por ejemplo, que no debía decir que leía
todo lo que caía en mis manos y que hacerme la tonta es el mejor recurso para
que cayera de todo en mis manos. Lo
mismo leía Salgari y Verne que las
Cosmopolitan de mi tía, los periódicos y las “Lágrimas y risas” del salón de
belleza. En una de estas novelillas gráficas aprendí que “la única virtud que
puede ofrecer una chica obrera es su decencia” y esta frase me quedó marcada
para siempre y no por ningún trasfondo moral sino porque a esa edad yo no conocía
a ninguna obrera y “decencia” significaba sentarse con las piernas juntas y que
no se te vieran los calzones.
Desde chiquita he sido cursi
aunque desde entonces he tratado de ocultarlo con mayor o menor acierto. Todso esto viene a la memoria porque viendo un librero ajeno me encuentro
con el libro que más veces he leído en mi vida: Sissí en Baviera. Sí, sí, Sissí. En realidad eran tres libros editados
por Bruguera con sobrecubiertas y tapa dura. Las historias podían leerse de forma resumida a través de
las viñetas intercaladas o de manera convencional. Los leí muchas veces de ambas
maneras sobre todo las partes románticas. Me sabía incluso los diálogos de
memoria y además, era una princesa que existió, no como las de Disney que eran todavía
más inverosímiles porque todo acababa bien.
No había nada, salvo los
caballos, que me acercara a Sissí. No sufrí traumas por ello, ni me sentí
princesa jamás. Siempre tuve clara mi función de niña poco agraciada, sabihonda
y poco hábil. Europa era una cosa lejana y elegante de la que yo recibía
regalos cada cierto tiempo pero no era cosas de princesas, eran camisetas,
bolsas, muñecas y medallitas de la Virgen bendecidas por el Papa. Así que cuando descubrí a la verdadera Sissí
y a su príncipe tan hermoso como déspota y cabrón, dejé de leer los tres
libritos que olían a viejo. Esos libros eran ediciones de finales de los
cincuenta procedentes de una colección que había pertenecido a mi papá.
No sé qué habrá sido de aquellos
libros. Saco éste ejemplar del estante
ajeno y lo ojeo con nostalgia. Recuerdo a todos los personajes, las tramas, los
dibujos, el carnet de baile, el cotillón, los campos de Baviera y pienso en si
no habrán hecho mella en mi educación sentimental por más distancia que desde
niña haya establecido con Sissí. Infancia es destino, dicen. De cualquier forma
fue bonito recordar esas vacaciones con los ojos pegados a las letras todo el
maldito día y con la lamparita bajo las sábanas por la noche. Fue mucho antes
de decidir que la vida entre cuatro paredes me aburría. Fue cuando pensaba que el amor era una cosa
excepcional y no estos pantanos extraños. Sissí emperatriz siempre le ganó a la
Cosmopolitan con su remedo de Barbie trepadora ejecutiva.
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