Ahora le digo hucha pero de niña era mi alcancía.
No era un puerquito, era una muñeca de pelo negro y largo con una abierta en la cabeza por donde se le introducían las monedas. A su lado tenía una maleta café.
A lo mejor por eso siempre que tuve dinero huí a donde pude. Aunque también huí cuando no lo tuve. Siempre tuve cierto ingenio para viajar. Siempre tuve cierto ingenio para largarme a donde se me pegó la gana. Yo era esa niña de pelo negro y una rajada en la cabeza por la que entraban todas las locuras posibles.
Ahora que no tengo hucha, mi escaso dinero está en una cuenta bancaria con pocos cajeros automáticos disponibles y todavía menos efectivo.
Parece que fracasaron todos los planes: el ahorro infantil, la huida juvenil y la madurez sosegada que da el dinero puesto a salvo.
No sé si fracasó también mi eterna huida. Todavía tengo pies, maleta, pelo negro y un hueco en la cabeza.
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