No quiero estar
contenta, quiero estar triste. Quiero
ejercer mi derecho a la tristeza y que nadie me venga con monsergas ni con
alegrías que duran lo que duran tres cervezas y un tequila. Quiere estar triste porque me lo merezco,
porque es el sentimiento más íntimo y menos fácil de compartir. Quiero ejercer mi derecho a no cenar, a
encerrarme en un cuarto prestado, a caminar por las calles y sentir frío, a
merodear mis laberintos sin buscarles salida y a que todo tenga que ver exclusivamente
conmigo. Quiero estar triste hacia dentro y que nadie me acose preguntándome qué
me pasa porque no me pasa nada
extraordinario, solamente ocurre que me siento atrapada en unos días que por
capricho tienen diferentes nombres pero que no dejan de ser un larguísimo
martes multiplicado por siete. Nada novedoso. Supongo que comparto el
sentimiento con millones de seres humanos pero yo lo llamo (y lo siento) tristeza,
otros le llaman frustración y otros más simplemente no lo llaman porque es más
fácil desconvocar fantasmas que ponerles nombre y conversar con ellos.
Todo
esto me resulta tan sencillo como necesario a pesar del empeño sistemático por
pintar de rosa estas ruinas, por ningunear mi ánimo en pos de un futuro que me
importa una mierda y de un presente que es como engrudo frío. Necesito volver a
la medianía de la tristeza que no se tira al drama, a la tristeza tibia que
duerme todos los deseos, a la tristeza solita que no necesita frases hechas ni
por hacer, a la tristeza que se encierra en su propio ombligo para oír a gusto
toda aquella selección de canciones afligidas amordazadas por otros ritmos. Ya no caeré en la trapa que me tienden cuando
me dicen “ya estás grande para jugar a ser adolescente” porque yo ya era triste
cuando era niña. Porque para que estar
triste no sea una moda juvenil hay que saber guardarla como es debido y pasar
los torniquetes del metro sin que nadie advierta que se trae a cuestas una
mascota que no tiene dientes pero muerde.
No me pasa nada. Ni se asusten ni pregunten. He
perdido tantísimas cosas que lo único que quiero es conservar intacto mi
derecho a la tristeza.
2 comentarios:
Es legítimo ese derecho que tenemos de estar tristes, si así lo creemos, sin que nadie nos joda tratando de cambiarnos o queriendo saber por qué está así. Un abrazo en la distancia.
Ultimamente descubri ese derecho... y lo estoy ejerciendo mas que nunca en mi vida! MENY!
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