martes, noviembre 11, 2008
Gioconda al Dente
El éxito de la Monalisa consiste en no mostrar los dientes. Su sonrisa no está supeditada a la visión Colgate de la vida, a la metáfora de los dientes como perlas, a la evasión saludable de la nicotina.
La sonrisa es una cosa muy de moda, muy de ortodoncia, muy de belfos y de equinos felices.
En el cajón de mi papá había varios dientes de caballos.
En el de mi mamá, estaban los dientes que se había llevado un ratón que a su vez se los había devuelto a mi madre.
En un vasito de agua reposaba siempre la sonrisa de mi abuela. Andaba por casa con pantuflas y sin dientes y por la calle con tacones y con dientes.
Bajo mi almohada aparecían de diente en diente módicas cantidades, siempre mal tasadas por un Monte Pío usurero pero suplementadas con el placer de pasar la lengua por las ventanitas y hacer chof chof en la herida sin coagular.
Por otra parte, ya no uso tacones. Si la última vez que me caí de un caballo me rompí una muela, no quiero saber qué pasará si me caigo de mis propios zapatos. Quizá sonría desde el vaso de mi abuela o termine en el cajón de mi padre, o disfrute pasando la lengua por un hueco hilarante o trabajando para un ratón usurero.
Si tengo suerte, terminaré posando como la Monalisa, pero no por los dientes. Por las manos.
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