Estimado Amigo y Compañero de Autoexilio:
Prométeme que si un día me ves en el parque vestida de blanco y bailando para atraer las buenas vibras, vas y me tiras de los pelos y me recuerdas que te estoy pidiendo esto cuando tengo todo en orden: el cerebro, las tetas y el amor.
Júrame que si un día te digo que busco a mi media naranja guiándome por una carta astral, tú me recordarás lo mucho que quería a mi marido racional y rockero, tierno y amable, ateo y sibarita y entonces me llevas de cabeza a alguno de los bares en que yo era esa treintona que a veces hilvanaba dos o tres ideas coherentes.
En ti recae la responsabilidad de que no me convierta en una vieja ridícula como las que describe Houllebecq, como las que aparecen en las plazas buscando la luna en noches nubladas, como las que buscan consuelo en los ángeles, las cábalas y todo aquello que les acaricie el aura. Tengo miedo de envejecer buscando muletas cósmicas y remodelándome la dignididad a base de Feng Shui.
Así que me salvas. Quizá yo también pueda devolverte el favor. No te creas que los hombres envejecen más sutilmente.
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