De todos modos, Juan te llamas
A mí me gusta mi nombre. Por eso lo pongo con orgullo.
Nunca estuve a punto de tener otro nombre porque mi familia tiene no sé qué extraña garantía de perpetuidad con eso de los nombramientos. Mi tío J, tiene a su hijo J. Mi tío A, tiene a su hijo A. Mi tío E (el mejor de todos), tiene a su hijo E... y así hasta contar diez.
O me gusta o me conformo. Quizá me conformaba con él pero me gustó más cuando descubrí que tiene mucha literatura a cuestas. Y bueno, entre la Portinari y la Viterbo estaba mi jeta feliz.
El problema es que en México a las Beatrices nos dicen Betty. Odio que me digan Betty pero ya me acostumbré. Ya, ni pedo, soy Betty porque mi mamá es Beatriz y entonces yo no alcanzo nombre de pila digno.
Después, cuando había superado la adolescencia y ya lo mismo me daba Betty, que Beatriz, que pinche vieja, salió Betty la fea y Lafea se transformó en mi apellido.
Me vine a España y empecé a ser Bea. Aquí todos me dicen Bea.
Y todo iba muy bien, porque ya no iba a ser Betty, sino Bea que igual es un diminutivo pero menos cursi y menos lleno de esa imagen de gringa con camiseta de Mickey Mouse.
Y todo iba bien hasta que...
¡¿¡Qué creen?¡?
Pues que los españoles no se van a quedar atrás y sacarán su versión de Betty la fea y se llamará: "Yo soy Bea" (la fea)
¿A qué planeta me voy a vivir para cambiarme el nombre?
Pues a chingarse con mi beatricez y mi fealdad crónica y adquirida.
Al menos la de la telenovela se reforma y queda guapa. Yo no sé cuántos capítulos me faltan para ser bella, feliz y millonaria.
Por si las dudas, dígame Beatriz, así todo completo, que mis circunstancias ya no admiten diminutivos.
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