miércoles, febrero 15, 2006
Línea Amarilla
«Si hubiera crecido», se dijo a sí misma, «hubiera sido un niño terriblemente feo, pero como cerdito me parece precioso». Y empezó a pensar en otros niños que ella conocía y a los que les sentaría muy bien convertirse en cerditos. «¡Si supiéramos la manera de transformarlos!»
Lewis Carroll,
Alicia en el País de las Maravillas
Me subo en Llacuna, la estación de metro más desangelada de Barcelona. También la que tiene la salida -que es la misma que la entrada- más ventosa y polvorienta.
Estos días no han sido todo lo buenos que yo quisiera. Seré porque ya no sé qué quiero o porque lo que quiero no existe. Me tengo que inventar lo que quiero y para eso hace falta una mente clara. No es mi caso.
El mundo entonces está feo. Transmite su fealdad a este vagón del metro, nos contagia a todos. Me veo en los vidrios de las puertas: mis ojos son dos huecos, mi pelo un estropajo y mi ropa me da un aire de fodonguez resignada.
Barceloneta. Me siento. Frente a mí hay cuatro personas, dos hombres y dos mujeres. Son feísimos los cuatro. Me parece que sus rasgos no les corresponden, que tomaron prestadas algunas partes de la cara. Intento intercambiar la nariz de la chica A por la del chico C y luego la de la chica B por la la de la chica D. Mal, siguen estando mal. Los descompongo como si fueran el señor cara de papa y no logro remediarlos. La oreja de D está en el suelo. No consigo saber quién se quedó con el ojo de B.
Passeig de Gracia. Sube abuela con nieto. Ofrezco mi asiento no porque soy buena persona sino porque el tufo del de junto me tiene cansada. Moraleja: Nunca le ofrezcas el asiento a una mujer vieja que lucha por parecer joven. La moraleja ya la sabía. No lo hacía por la mujer sino por el niño. Es el menos horrendo de este vagón. Al final el asiento se queda vacío y para combatir el absurdo la mujer se sienta. No me da las gracias. Me odia. Y yo también.
Sagrada Familia. Suben varios extranjeros hablando en francés. Enormes narices. Me río para adentro porque sé que se equivocaron, ellos quisieran ir en dirección contraria.
Joanic. Se equivocaron, lo sabía. Se equivocan de tan buen humor y ríen todos al mismo tiempo como si fuera graciosa la estupidez colectiva. Me ponen de peor humor pero me dejan al descubierto al niño que no me había parecido tan feo. Es horrible. Los niños con cara de señor me asustan. Me recordó al capítulo de Alicia de Cerdo y pimienta. Siempre me pregunto si cuando crecen, los niños con cara de señor se vuelven ancianos. Un marroquí comienza a cantar con su guitarra: Eslistoria diun amor como ni hay otrigual... El soundtrack perfecto para una lata de humanoides en escabeche. Antes de que llegue a mi lugar con su monedero metálico y su sonrisa ensayada, se abren las puertas.
Guinardó. Aquí me bajo.
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