viernes, junio 18, 2004

Mi caro tío y lo que trajo consigo (Crónica muy tardía de lo que apenas se asimila)

soy la nada soy el lobo que nieva la nada niebla
un martini seco en la barra final de ninguna noche
soy lo blanco contenido en negro
soy lo negro contenido en blanco
Israel Centeno


Recuerdo cuando la mafia abordó el compacto rojo y qué vaina, todo quedó atascado de envolturas de Toronto. Dejamos al tío en su hotel y entonces Luis y yo bebimos ron Santa Teresa hasta que salió el sol. Ese día mientras tomábamos, yo no pude decirle a Luis que lo quería pero él siempre lo supo y como siempre lo supo se aprovechó de eso, de mi silencio que se me escapaba por los ojos en forma de moco. Mi caro tío Israel me dijo que me anduviera con cuidado, que Luis era un Ignatius Reilly pero bipolar y entonces le dije al tío que recordara que él también tenía cierto tipo de problemas y que por eso estaba como estaba más allá de toda la parafernalia bolivariana y del puto Chávez. Bueno, no se lo dije pero lo pensé. Él tampoco dijo lo de Ignatius Really pero sabía hacia dónde iba cuando me mencionó que le había regalado ese libro de pastas amarillas que después terminara hecho cenizas en una pira frente a la (mi) (su) (nuestra) casa.
Al otro día bebimos litros y litros de cerveza y entre más cerveza bebía más fácil le resultaba al tío Israel decir Popocatépetl y Coyoacán. Luego meamos en una gasolinería mientras gritabamos desaforadamente Pare de sufrir y nos burlábamos de un pobre mestizo aztequizado y vuelto esclavo por su propia sumisión no pedida. Nos meamos en él. Al final Luis y yo en el hotel Estadio y él abrazándome fuerte, no te vayas, te necesito y yo muda de impotencia: Luis, no me quieres, lo sabemos. La gente me necesita pero no me quiere, me la sé de memoria.
El tío diría de mi: Siempre enigmática sonrisa de ?la sobrina?, su arma montada detrás del poncho, los párpados que caen y dicen, yo soy la santa y quién se lo discute, Beatrice es interregno y punto.Son muchos los momentos y pasan una y otra vez sobre la pared en blanco, hacen clic en la sesión de diapositivas. Entonces la nostalgia es el disparo que sale debajo del poncho.
Estoy segura que si el tío no hubiera venido con esa mirada caraqueña a traernos rones y chocolates y todos sus libros con dedicatorias y el doble de libros para la sobrina que desde entonces ya despuntaba como una mafiosa hija de puta, jamás se me hubiera ocurrido ver de nuevo a Luis y menos después de tanto retruécano.
A veces extraño a mi tío. A sus juegos multipersonales, sus intentos por descifrarme y por llamarme Mercedes Sosa posmoderna mientras me lanzaba cartas al buzón. Y mira qué cosas que me encantaría beber una cerveza con él a medio Coyoacán mientras hablamos de Trosky y su piolet. Y mira que no extraño a Luis, ni quiero verlo pero sí a mi caro tío, porque sin su graciosa intercesión jamás hubiese aprendido que el amor duele sólo una maldita vez, lo demás son traguitos amargos de jarabe para la tos. Extraño al tío pero sé que no vendrá porque le han negado su derecho al pasaporte. A lo mejor por eso lo echo de menos, porque sé que no vendrá y que aunque venga jamás podremos reunir otra mesa igual que tenga como epílogo la consumación de mi necedad porque nadie me va a querer sólo porque lo quiera.
El caro tío, sí que sabía de amores. Por eso me lo robo aunque sea en epígrafe, aunque sea lo cito diciéndome, aunque sea, porque él no lo sabe...

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