Supongo que habrá miles de campos de futbol
en todo el mundo. Supongo que todos los
sábados miles de padres y miles de hijos cumplen el ritual de levantarse
temprano y salir a animar los unos, a jugar los otros. Supongo que se irán a
comer contentos o frustrados con sus derrotitas y sus pequeñas victorias. Pero
también supongo que para ellos es el epicentro de algo importante, de crecer y
ver crecer, de la salud personal y familiar, de la rutina que juega a romperse
con la rutina misma.
Veo salir a los niños con sus grandes maletas
pegadas a sus pequeños cuerpos y despedirse de los demás mientras los padres se
quedan en grupos o adentro del auto. Algunos padres van en pareja y otros van
solos: división de las tareas domésticas o división de la vida conyugal. Algunos me miran pero finjo esperar al hijo
que no tengo: se llama Bernat y lleva el 10 en la espalda. Se puso feliz cuando
pudo elegir ese número: “como Messi” me dijo y yo le sonreí porque el hijo que
no tengo no es muy hábil con el balón pero se esfuerza bastante y sobre todo se
divierte y a fin de cuentas eso es lo que una como madre de hijos inexistentes
espera de ellos: que sean felices, que se diviertan y que gocen los sábados.
Quiero seguir mirando sus uniformes rojos y
sus uniformes azules, sus caras alegres o tristes, sus vidas que sí parecen
vidas, sus abrazos y sus palmadas en el hombro.
Se me diluye el hijo que no tengo cuando veo que todos se han marchado
ya. Entonces empiezan a entrar otros niños un poco más grandes. Unos van solos
y otros con sus padres que cada vez llegan menos en pareja por aquello de las divisiones.
Supongo que uno de esos padres que va solo se
sentará en la grada para animar a su hijo que hoy jugará desde que empieza el
partido. Supongo que en algún momento la vista se le perderá en el verde y el
pensamiento vagará por cuestiones que nada tienen que ver con el niño ni con el
deporte. Olvidará por unos segundos que tiene un hijo jugando a unos metros porque
él estará pensando en cómo resolver una situación que de tanto en tanto le
agobia. Supongo que se sentirá un poco confundido y entonces mirará de reojo cómo su hijo acaba de ejecutar un
pase clave para el gol de la victoria. Un pase increíble que lo sacará del
marasmo y le hará gritar “Molt bé, Bernat” porque como padre de hijos que existen
y que corren por el campo de futbol lo que se espera de ellos es que sean
felices y que cumplan sus metas aunque a veces se desee tener un sábado de esos
que ya apenas existen: un sábado de soledad para leer, para escribir, para ver
alguna película, para salir a tomar algo y para inventarse seres que no
existen.
3 comentarios:
Creo que cuando empiezas a imaginar cosas como ¿y si alguno de esos chicos fuese el mío? es una señal inequívoca de que la hora de tener uno, ha llegado. De cualquier manera, seamos realistas, con tamaños antecesores paternales este/a primogénito/a será un/a monstruo/a del intelecto, si algo seguro no le interesará en absoluto, será jugar al fútbol. :- )
Jaja Mariano, desviaste el tiro de la portería...
¡Besos!
En mi nueva residencia queda muy cerca un campo de fútbol. y ahí lo que se reproduce lamentablemente semana a semana es la escena del niño de diez años quitando corcholatas a las caguamas que sus padres y sus amigos se encargan de terminar en pocos tragos. y también me imagino un hijo inexistente abandonando el balón por el lapiz o el pincel y describiendo en textos o en pintura el drama existencial que ahí se escenifica
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