Una casa llena de puertas y sin leones. El concepto de seguridad se vuelve incómodo. La mayor bestia peluda que uno se puede encontrar aquí es una pelusa de polvo que ataca al zapato izquierdo y se le mata de un pisotón desganado.
¿En dónde están los leones?
La rutina gesta obesidades, genera obsesiones, instala al reino de la no sorpresa en el territorio de la abulia. El fastidio, niños y niñas, damas y caballeros, es un león sin dientes que tiene el cuerpo lleno de cicatrices.
Nada se arriesga. Ni el pellejo, ni el alma, ni la dignidad. Todo queda intacto, los leones no acechan, no opinan, son alimentados con productos procesados en inmensas fábricas y yo ya no hago de las fieras, mascotas que coman de mi mano para después comer mi mano.
Se sobrevive bien, con el corazón latiendo a un ritmo continuado mientras el único rugido permitido es el del león de la MGM (aunque nunca falta quien lo opaque haciendo crujir con la boca los huesos de diez palomitas).
Es curioso. Interrumpí hace dos días este texto por alguna razón que no recuerdo. Quizá por malo, a lo mejor porque tocaron el timbre o porque me distraje rellenando un post-it con tinta roja. Es curioso porque ayer me encontré con el hombre que se dedica a importar leones entre otras cosas. Animal o cosa. Ciudad o país. Flor o fruto. Basta.
Debí preguntarle si esos leones me van a devorar o si sólo sirven para saltar por un aro. Si se conforman con vivir en una habitación pequeña y sin luz o si el ser humano es la única bestia que sobrevive en estos habitáculos artificiales. Pero no pregunté nada y me interesé por la importación de las trituradoras de papel. Veo a los leones muy preocupados por su aspecto y muy poco dispuestos a tragarse textos de mierda y personas aburridas que escriben textos de mierda. En cambio, las trituradoras…
1 comentario:
Sólo que cuando ese león ruja no se le salga la caja de dientes, porque se puede quebrar al golpear ésta con el piso, salvo que caiga sobre una vieja piel de león que haga de tapete.
Abrazos
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