Señorita Bocanegra
Me pide "un boli" el compañero de atrás y en el segundo que tarda en transferirse de mi mano a la suya, me doy cuenta de que está mordido. Todas mis plumas están marcadas por mis dientes. Es una manía que me remite a la madera astillada del lápiz Mirado del 2 y 1/2. Después a la pluma Bic de tercero de primaria que siempre acababa derramando su tinta sobre mi lengua.
Las niñas del salón decían que me podía morir y yo les decía que sí y les seguía el juego. Ellas eran niñas de lengüitas rosadas como gatos y estuches intactos de Hello Kitty. Sus cuadernos se apilaban en perfecto orden mientras los míos desparramaban hojas por aquí y por allá. El central problema de mi vida está en el desorden. Ya desde entonces era así.
Lo mejor de comerse la tinta de la pluma era que podía salir a lavarme la lengua y darme vueltas por el patio y perder el tiempo divangando sobre la posibilidad de escribir con la lengua.
Pensaba esto cuando Raúl me da unas Juanolas. No me gustan las Juanolas pero son negras y me las como por negras y porque me recuerdan a mi abuela. El de atrás sigue escribiendo con mi pluma mordida y yo no sé si ahora será prudente llenarme la boca de pluma. Mejor me como otra Juanola de regaliz aunque no sepan a pluma mordida. Me odio. Debería masticarme un dedo y castigarme por todas mis manías.
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