Álbumes de familia
Los tomo de la estantería digital. Los husmeo. Veo como se regodean con sus fallas en el control de la natalidad y cómo le otorgan sonrisas nuevas a su engendro y repetidas muecas a su pareja de turno. Se ponen más gordos y ya no usan pantalones que muestran medio culo.
Me pregunto si fue el azar o mi excesivo juicio lo que me liberó de un pasado de adicción a las sanguijuelas y me dio un presente libre de hombros salpicados de reflujo.
De pronto me olvido que los conozco y no encuentro las cinco diferencias entre ellos y los primates tiernos de los zoológicos. Y pensándolo bien, tampoco las encontré antes porque yo también soy demasiado bestia y fui demasiado instintiva.
Será por eso que mientras una parte de mí se alegra genuinamente, mi dolor animal gime porque esos cachorros no son míos, porque el macho de la manada se largó sin previo aviso, porque en las trayectorias migratorias algunos fueron cazados al vuelo, porque mi egoísmo es un instinto propio de mi especie.
Cuando miro un de sus álbumes me da por pensar que es un National Geographic narrando la vida de primates que se despiojan. Me río y disimulo, pero tristemente acabo golpéandome el pecho como una gorila nostálgica.
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