Fotos y bicicletas
Veo mi nombre escrito detrás de una foto tamaño infantil. La caligrafía es redonda hasta que remata con una enfurecida equis. Miro la fotografía y creo que era yo cuando escribía redondo. Y pienso que aún soy yo, por lo redondo de mi rostro y por las cejas poniendo un tache tan rotundo como la equis que corona mi nombre y con esa nariz graciosa como mi apellido que causa gracia, o risa, o descontrol.
¿Qué historias contaría en ese entonces?
Alguna de bicicletas alrededor de la manzana, cuando aún no había semáforo en la esquina y el tope de tortuguitas de metal me obligaba a poner en el asfalto toda la atención empleada en la historia que estaba construyendo.
Y como esa foto, que no sé ni cómo vino a dar a mis manos ociosas, yo tampoco tengo mucha idea de qué hago aquí. Por primera vez no estoy tejiendo redes para atrapar fantasmas. Tampoco me flagelo porque aunque mi letra no es redonda, mi cara lo sigue siendo. No me tejo puentes entre lo que soy y lo que quisiera ser. Y es entonces cuando lo único que lamento es no tener una bicicleta justo ahora que el tope de tortugas metálicas no sería ningún obstáculo para seguir empeñada en elaborame una historia a mi medida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario