Trenes y andenes
Me vi pasar en un tren y quise irme conmigo. Mi lugar lo ocupaba ese pasajero que no pagó el boleto y que se sentó junto a mí. No me molestó que no haya pagado. Lo que no toleré es que también estaba de pie esperándose a sí mismo y mirándome con recelo, casi con odio. Como si deseara escapar de nosotros a bordo de nosotros mismos y como si este andén fuese una condena de perpetuidad y estancamiento.
Una estación más allá me miré de nuevo y deseaba que yo misma bajara para hacerme compañía. Pero el tren siguió de largo y me saludé desde arriba y a su vez el hombre se saludó y se deseó suerte. La repelencia no venció la tentación de mirarnos de reojo y entonces nos volvimos el espejo ineludible de los contrarios estáticos que se saludan con la misma mano aunque pretenda ser la contraria.
Nos vimos pasar en un tren y quisimos irnos conmigo. Tu lugar lo ocupaba yo y me senté junto a mí.
sábado, abril 30, 2005
miércoles, abril 27, 2005
La privatización del camaradita
Avenida Doctor Vértiz es un vértice referencial importante que gracias a los mitos, las anécdotas y el imaginario colectivo de los narvarteños-delvallinos; terminaba justo en donde empieza la acción y su buen nombre: La Doctores.
Pues en el tramo transitable, y pasando la glorieta del SCOP-que escribo así porque supongo que son las siglas de algo sexenal que ya no existe- estaba mi amigo el camaradita.
Siempre con su boina a lo Ché y sus botones de Patria o muerte, de banderas de la URSS y de efigies comunistas; vendía chicles, carlosquinto, pastillas usher y pasando la Perestroika creo que inclusive cigarros. Se acercaba a la ventanilla del auto y te ofrecía sus mercancías mientras decía Camaradaaaa, camaradita, chicleeeeees Y entonces te decía son 4 rublos o 4 peniques o 4 rupias o la moneda que se le ocurriera. A mi progenitora le caía muy mal, pero a mí, al principio no sabía porqué y después lo supe, me caía genial y entonces pedía que por favor le comprara algo al camaradita.
Vendía sus cosas en contraesquina de una librería que tenía revistas y libros de la URSS y de varios países socialistas. Y no sé porqué cosas raras de mi madre, un día me llevó ahí y fui cuando descubrí que la palabra socialismo no era tan oscura como me había llevado a pensar el conservador medio en que di el primer estirón. En parte fue gracias a una revista llamada Sputnik que era como la Selecciones (mismo formato y diseño) pero justo en el lado ideológico opuesto. Incluso traían chistes y anécdotas bobas al final de las páginas. La demás carga ideológica tendría que ver primero con monjas rebeldes y después con mi entrada a la UNAM.
La librería ya no existe. Creo que cuando entró Mc Donalds a Rusia, ahí pusieron una refaccionaria. Eso ya lo sabía y lo tenía parcialmente asimilado, pero lo peor de este día fue ver al camaradita sin boina y con un overol amarillo vendiendo tarjetas de celular. No sé si siga diciendo camaradita, sólo espero que lleve la revolución por dentro de su traje amarillo. Como muchos, pos ya qué nos queda.
Avenida Doctor Vértiz es un vértice referencial importante que gracias a los mitos, las anécdotas y el imaginario colectivo de los narvarteños-delvallinos; terminaba justo en donde empieza la acción y su buen nombre: La Doctores.
Pues en el tramo transitable, y pasando la glorieta del SCOP-que escribo así porque supongo que son las siglas de algo sexenal que ya no existe- estaba mi amigo el camaradita.
Siempre con su boina a lo Ché y sus botones de Patria o muerte, de banderas de la URSS y de efigies comunistas; vendía chicles, carlosquinto, pastillas usher y pasando la Perestroika creo que inclusive cigarros. Se acercaba a la ventanilla del auto y te ofrecía sus mercancías mientras decía Camaradaaaa, camaradita, chicleeeeees Y entonces te decía son 4 rublos o 4 peniques o 4 rupias o la moneda que se le ocurriera. A mi progenitora le caía muy mal, pero a mí, al principio no sabía porqué y después lo supe, me caía genial y entonces pedía que por favor le comprara algo al camaradita.
Vendía sus cosas en contraesquina de una librería que tenía revistas y libros de la URSS y de varios países socialistas. Y no sé porqué cosas raras de mi madre, un día me llevó ahí y fui cuando descubrí que la palabra socialismo no era tan oscura como me había llevado a pensar el conservador medio en que di el primer estirón. En parte fue gracias a una revista llamada Sputnik que era como la Selecciones (mismo formato y diseño) pero justo en el lado ideológico opuesto. Incluso traían chistes y anécdotas bobas al final de las páginas. La demás carga ideológica tendría que ver primero con monjas rebeldes y después con mi entrada a la UNAM.
La librería ya no existe. Creo que cuando entró Mc Donalds a Rusia, ahí pusieron una refaccionaria. Eso ya lo sabía y lo tenía parcialmente asimilado, pero lo peor de este día fue ver al camaradita sin boina y con un overol amarillo vendiendo tarjetas de celular. No sé si siga diciendo camaradita, sólo espero que lleve la revolución por dentro de su traje amarillo. Como muchos, pos ya qué nos queda.
martes, abril 19, 2005
El sistemático cultivo de la hueva
Hay cosas que se me dan bien. Algunos dicen que, por ejemplo, cocinar. Otros dicen que escribir. Unos más me invitan a sus fiestas para decorarlas con las pendejadas que salen de mi boca. Sin embargo, lo que indudablemente se me da de maravilla, es echar la hueva.
La hueva, flojera o pereza; como cualquier placer, debe incubarse como es debido o se corre el gravísimo riesgo de:
a) Tener una hueva culposa.
b) Tener una hueva incómoda.
c) Tener una hueva demasiado austera.
Para combatir el primer inciso, me amparo en glorias pasadas y en la certeza de que esto será temporal. Por otra parte, he decidido que será una hueva culta así que leo bastante, escribo otro tanto y procuro ver películas y asistir a actividades varias que le revistan un barniz intelectualoide a mi improductividad.
Para el inciso b, las cosas me han salido a pedir de boca. Con eso de que he regresado al hogar primigenio no me preocupo ni de barrer, planchar, lavar o tender mi cama. Por otra parte, y yo no sé aquí que dirá Freud, me he dedicado a coleccionar cojines, así que ahora tengo la suficiente mullidez para rascarme la panza a guuuuusto.
Y para el inciso c, pues algo ahorré durante mis épocas de esclavitud de manera que si bien tengo que amarrarme las manitas para no quemar el dinero en dos días; una vez a la semana, un par de martinis, me los puedo costear.
Y quizá les parezca que mi situación es privilegiada, pero en realidad todo lo que acaban de leer es parte de mi terapia contra el desempleo. No crean que entre mis lecturas se coló una de superación personal y optimismo a toda prueba, es solo que ya puestos... no me queda otra que huevonear y he descubierto que tengo una facilidad innata.
Hay cosas que se me dan bien. Algunos dicen que, por ejemplo, cocinar. Otros dicen que escribir. Unos más me invitan a sus fiestas para decorarlas con las pendejadas que salen de mi boca. Sin embargo, lo que indudablemente se me da de maravilla, es echar la hueva.
La hueva, flojera o pereza; como cualquier placer, debe incubarse como es debido o se corre el gravísimo riesgo de:
a) Tener una hueva culposa.
b) Tener una hueva incómoda.
c) Tener una hueva demasiado austera.
Para combatir el primer inciso, me amparo en glorias pasadas y en la certeza de que esto será temporal. Por otra parte, he decidido que será una hueva culta así que leo bastante, escribo otro tanto y procuro ver películas y asistir a actividades varias que le revistan un barniz intelectualoide a mi improductividad.
Para el inciso b, las cosas me han salido a pedir de boca. Con eso de que he regresado al hogar primigenio no me preocupo ni de barrer, planchar, lavar o tender mi cama. Por otra parte, y yo no sé aquí que dirá Freud, me he dedicado a coleccionar cojines, así que ahora tengo la suficiente mullidez para rascarme la panza a guuuuusto.
Y para el inciso c, pues algo ahorré durante mis épocas de esclavitud de manera que si bien tengo que amarrarme las manitas para no quemar el dinero en dos días; una vez a la semana, un par de martinis, me los puedo costear.
Y quizá les parezca que mi situación es privilegiada, pero en realidad todo lo que acaban de leer es parte de mi terapia contra el desempleo. No crean que entre mis lecturas se coló una de superación personal y optimismo a toda prueba, es solo que ya puestos... no me queda otra que huevonear y he descubierto que tengo una facilidad innata.
martes, abril 12, 2005
Santas noches de lunas lunes
Mano derecha, o mano izquierda. En cada una un DVD. Izquierda. Sabía que diría "Izquierda" aunque la derecha también era buena opción. Pero sabía que diría izquierda por no sé qué contubernios zurdos. Genial, necesitaba ver algo light y sabía cómo y con quién. Nos faltó la hermana, fiel dominatriz del supremo humor high sec, pero roncaba a pierna suelta o eso creo. Lo de la pierna suelta, seguro.
Tenemos toda una pared para ver la agilidad rinocerontesca del Santo y todo un sillón para desparramar el humo y los comentarios de rigor. Si nos hubiéramos sentado más al centro, el de atrás nos hubiera gritado "A platicar a su casa" lástima que ninguno de los dos tenía un bombín.
La risa me tira directo a la lona, a un hoyo negro de días y noches arbitrarios y momias con cremallera. Se me quitó la alergia pero olvidé el pañuelo inrastreable. Marca territorial de mi paso por cualquier sitio. Mi cerebro, cual moco eterno se desparrama riendo y estornudando. Algún día me lo perdonarán, supongo. Santo contra la Mujer Moco. Deberíamos hacer una película... algún día...
Mano derecha, o mano izquierda. En cada una un DVD. Izquierda. Sabía que diría "Izquierda" aunque la derecha también era buena opción. Pero sabía que diría izquierda por no sé qué contubernios zurdos. Genial, necesitaba ver algo light y sabía cómo y con quién. Nos faltó la hermana, fiel dominatriz del supremo humor high sec, pero roncaba a pierna suelta o eso creo. Lo de la pierna suelta, seguro.
Tenemos toda una pared para ver la agilidad rinocerontesca del Santo y todo un sillón para desparramar el humo y los comentarios de rigor. Si nos hubiéramos sentado más al centro, el de atrás nos hubiera gritado "A platicar a su casa" lástima que ninguno de los dos tenía un bombín.
La risa me tira directo a la lona, a un hoyo negro de días y noches arbitrarios y momias con cremallera. Se me quitó la alergia pero olvidé el pañuelo inrastreable. Marca territorial de mi paso por cualquier sitio. Mi cerebro, cual moco eterno se desparrama riendo y estornudando. Algún día me lo perdonarán, supongo. Santo contra la Mujer Moco. Deberíamos hacer una película... algún día...
sábado, abril 09, 2005
Fotos y bicicletas
Veo mi nombre escrito detrás de una foto tamaño infantil. La caligrafía es redonda hasta que remata con una enfurecida equis. Miro la fotografía y creo que era yo cuando escribía redondo. Y pienso que aún soy yo, por lo redondo de mi rostro y por las cejas poniendo un tache tan rotundo como la equis que corona mi nombre y con esa nariz graciosa como mi apellido que causa gracia, o risa, o descontrol.
¿Qué historias contaría en ese entonces?
Alguna de bicicletas alrededor de la manzana, cuando aún no había semáforo en la esquina y el tope de tortuguitas de metal me obligaba a poner en el asfalto toda la atención empleada en la historia que estaba construyendo.
Y como esa foto, que no sé ni cómo vino a dar a mis manos ociosas, yo tampoco tengo mucha idea de qué hago aquí. Por primera vez no estoy tejiendo redes para atrapar fantasmas. Tampoco me flagelo porque aunque mi letra no es redonda, mi cara lo sigue siendo. No me tejo puentes entre lo que soy y lo que quisiera ser. Y es entonces cuando lo único que lamento es no tener una bicicleta justo ahora que el tope de tortugas metálicas no sería ningún obstáculo para seguir empeñada en elaborame una historia a mi medida.
Veo mi nombre escrito detrás de una foto tamaño infantil. La caligrafía es redonda hasta que remata con una enfurecida equis. Miro la fotografía y creo que era yo cuando escribía redondo. Y pienso que aún soy yo, por lo redondo de mi rostro y por las cejas poniendo un tache tan rotundo como la equis que corona mi nombre y con esa nariz graciosa como mi apellido que causa gracia, o risa, o descontrol.
¿Qué historias contaría en ese entonces?
Alguna de bicicletas alrededor de la manzana, cuando aún no había semáforo en la esquina y el tope de tortuguitas de metal me obligaba a poner en el asfalto toda la atención empleada en la historia que estaba construyendo.
Y como esa foto, que no sé ni cómo vino a dar a mis manos ociosas, yo tampoco tengo mucha idea de qué hago aquí. Por primera vez no estoy tejiendo redes para atrapar fantasmas. Tampoco me flagelo porque aunque mi letra no es redonda, mi cara lo sigue siendo. No me tejo puentes entre lo que soy y lo que quisiera ser. Y es entonces cuando lo único que lamento es no tener una bicicleta justo ahora que el tope de tortugas metálicas no sería ningún obstáculo para seguir empeñada en elaborame una historia a mi medida.
miércoles, abril 06, 2005
Compañeros de viaje
Los aviones me ponen de pésimo humor. No me dan miedo, me dan rabia.
Debe ser porque siempre me tocan compañeros de asiento muy freaks. O que la freak soy yo y por eso nos amontonan a todos junto al ala. Casi siempre que voy en avión, voy sola. No sé si porque el destino se busca y se encuentra a solas, o porque casi siempre estoy sola por lo tanto la solitud coincide también con el subirse al avión.
El caso es que sólo una vez conocí a alguien normal en un avión. Se llamaba Bernardette y venía a estudiar a la ENAH. Fuera de ese caso, tenemos los siguientes ejemplos.
De Chile a México el avión venía lleno a tope. Mi compañero de asiento me pregunta que si soy chilena o mexicana. Respondo. Responde que él es chileno pero que lleva viviendo muchos años en México. Por lo de Allende, dijo. Y antes de que yo entonara la Internacional, me dijo que su padre los trajo a México porque no quería vivir en un país dirigido por un rojo y que desgraciadamente no habían podido volver cuando Pinochet tomó el poder. Ah, contesté yo. Él añadió que venía con su esposa pero les habían tocado asientos separados. Miro a la esposa sentada junto a una niña pequeña y pienso rápidamente: Fascista o llantos fascista o llantos fa... llantos. Cambio de asiento y mi intoleracia fue premiada con una niña angelical que sólo sonreía y no lloró jamás.
Otra vez me tocó con una mujer que llevaba una bolsa llena de tupperwares con comida porque la del avión era muy mala. Hablaba a gritos y cantaba. Pero esa vez no iba sola, creo que también estaba Claudia.
Dos autistas. Primero la monja niña o niña monja que se pasó todo el viaje rezando, no quiso comer nada, le sudaban las manos todo el tiempo y sólo me pidió ayuda para que le ayudara a llenar la ficha de migración y ahí me enteré que su destino final era Roma. Otro autista, el chico de la UAM -lo supe porque traía su reloj de la UAM, su libreta de la UAM y definitivamente, un look muy uamero-, miraba por encima del hombro las revistas que yo leía y las dos veces que quise sacarle plática, respondió con monosílabos. Cuando aterriza el avión y ve que empiezo a bajar mis cosas, me dice que es una lástima que no podamos continuar el viaje juntos. Que él va a Madrid. No entendí.
Por último, y para rematar con este penoso regreso, me tocó junto a un matrimonio polaco que se la pasó repasando guías y guías turísticas de Meksik y según ellos aprendiendo español. Entonces una le preguntaba al otro discoulpe, qui lora teine? y respondía él son las cuarto y cuarto. Y así, todo el camino acariciándose bajo la roñosa mantita y recargando la corpulencia de ambos en mi corpulencia. Primero pensé que insinuaban un menage a trois, después me dí cuenta que no había forma de acomodar tres semejantes volúmenes en tan reducido espacio. El problema es que como ellos eran dos y yo me sentía la afortunada poseedora del pasillo, pues recargaban todo su peso en mí. Pasé mucho tiempo de pie tomando jugos de naranja y agua y espiando a la primera clase. Todo con tal de no seguir sentada y apretujada por dos polacos. Pero pa' freaks, la pareja que venía delante de mí. Él era alemán y ella mexicana, ambos con un aspecto muy fresa y muy de mundo; y yo no sé si dios los cría y ellos se juntan o si ella le contagió aquello de "a la gorra ni quien le corra" o él la reeducó según los cánones de austeridad de la posguerra. El caso es que todo querían. Pidieron juguetes a la aeromoza aunque no llevaran niños. Rellenaron sus vasos de vino una y otra vez, pero además pedían cerveza que iban guardando en sus bolsos. Pidieron extra de pan y de queso. Se llevaron las mantitas (yo también lo hago pero estas estaban a medio camino entre una jerga y un trapo de cocina), los cubiertos e incluso le dijeron a su vecino de asiento que si no se iba a comer el queso, se los diera. En fin, gorrones profesionales y sin vergüenza alguna.
El caso es que no tengo suerte con los vecinos de asiento y a veces duermo sin control -pastillas mediante- y otras me pongo a fisgonear y a leer para aminorar el jet lag. Así fue como leí Llamadas telefónicas de Roberto Bolaño. Lo recomiendo ampliamente, supongo que será mejor leerlo de nuevo en tierra firme. Tal como estoy ahora. En tierra firme y propia.
Los aviones me ponen de pésimo humor. No me dan miedo, me dan rabia.
Debe ser porque siempre me tocan compañeros de asiento muy freaks. O que la freak soy yo y por eso nos amontonan a todos junto al ala. Casi siempre que voy en avión, voy sola. No sé si porque el destino se busca y se encuentra a solas, o porque casi siempre estoy sola por lo tanto la solitud coincide también con el subirse al avión.
El caso es que sólo una vez conocí a alguien normal en un avión. Se llamaba Bernardette y venía a estudiar a la ENAH. Fuera de ese caso, tenemos los siguientes ejemplos.
De Chile a México el avión venía lleno a tope. Mi compañero de asiento me pregunta que si soy chilena o mexicana. Respondo. Responde que él es chileno pero que lleva viviendo muchos años en México. Por lo de Allende, dijo. Y antes de que yo entonara la Internacional, me dijo que su padre los trajo a México porque no quería vivir en un país dirigido por un rojo y que desgraciadamente no habían podido volver cuando Pinochet tomó el poder. Ah, contesté yo. Él añadió que venía con su esposa pero les habían tocado asientos separados. Miro a la esposa sentada junto a una niña pequeña y pienso rápidamente: Fascista o llantos fascista o llantos fa... llantos. Cambio de asiento y mi intoleracia fue premiada con una niña angelical que sólo sonreía y no lloró jamás.
Otra vez me tocó con una mujer que llevaba una bolsa llena de tupperwares con comida porque la del avión era muy mala. Hablaba a gritos y cantaba. Pero esa vez no iba sola, creo que también estaba Claudia.
Dos autistas. Primero la monja niña o niña monja que se pasó todo el viaje rezando, no quiso comer nada, le sudaban las manos todo el tiempo y sólo me pidió ayuda para que le ayudara a llenar la ficha de migración y ahí me enteré que su destino final era Roma. Otro autista, el chico de la UAM -lo supe porque traía su reloj de la UAM, su libreta de la UAM y definitivamente, un look muy uamero-, miraba por encima del hombro las revistas que yo leía y las dos veces que quise sacarle plática, respondió con monosílabos. Cuando aterriza el avión y ve que empiezo a bajar mis cosas, me dice que es una lástima que no podamos continuar el viaje juntos. Que él va a Madrid. No entendí.
Por último, y para rematar con este penoso regreso, me tocó junto a un matrimonio polaco que se la pasó repasando guías y guías turísticas de Meksik y según ellos aprendiendo español. Entonces una le preguntaba al otro discoulpe, qui lora teine? y respondía él son las cuarto y cuarto. Y así, todo el camino acariciándose bajo la roñosa mantita y recargando la corpulencia de ambos en mi corpulencia. Primero pensé que insinuaban un menage a trois, después me dí cuenta que no había forma de acomodar tres semejantes volúmenes en tan reducido espacio. El problema es que como ellos eran dos y yo me sentía la afortunada poseedora del pasillo, pues recargaban todo su peso en mí. Pasé mucho tiempo de pie tomando jugos de naranja y agua y espiando a la primera clase. Todo con tal de no seguir sentada y apretujada por dos polacos. Pero pa' freaks, la pareja que venía delante de mí. Él era alemán y ella mexicana, ambos con un aspecto muy fresa y muy de mundo; y yo no sé si dios los cría y ellos se juntan o si ella le contagió aquello de "a la gorra ni quien le corra" o él la reeducó según los cánones de austeridad de la posguerra. El caso es que todo querían. Pidieron juguetes a la aeromoza aunque no llevaran niños. Rellenaron sus vasos de vino una y otra vez, pero además pedían cerveza que iban guardando en sus bolsos. Pidieron extra de pan y de queso. Se llevaron las mantitas (yo también lo hago pero estas estaban a medio camino entre una jerga y un trapo de cocina), los cubiertos e incluso le dijeron a su vecino de asiento que si no se iba a comer el queso, se los diera. En fin, gorrones profesionales y sin vergüenza alguna.
El caso es que no tengo suerte con los vecinos de asiento y a veces duermo sin control -pastillas mediante- y otras me pongo a fisgonear y a leer para aminorar el jet lag. Así fue como leí Llamadas telefónicas de Roberto Bolaño. Lo recomiendo ampliamente, supongo que será mejor leerlo de nuevo en tierra firme. Tal como estoy ahora. En tierra firme y propia.
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