sábado, abril 17, 2004

Adeu...

Pensar en estas últimas horas contigo, me pone como católica ferviente al pie de la hoguera. Esperanza total en la resurrección. No en la reencarnación que quizá cambie tus pelos por piel de sapo y convierta a mis ubres en lo más sagrado del planeta. Soy una hedonista y por eso no quiero que te vayas. No es por el futuro, ni por si tenemos tres hijos, ni por si el pisito estará bien, ni por nuestra tienda de comercio justo, ni porque me gusten las ramblas. Es por el mañana en que me desparramaré en mi cama sin encontrarte, es por la tremenda flojera que me produce levantarme a prender el calentador del agua, es porque sin ti mis dotes culinarias se quedan guardadas en los bolsillos del delantal, es por leer El País y luego cambiártelo por La Jornada y por concluir que el mundo es una mierda que nos contiene.
Ayer cuando me esperabas, a una señora vestida de azul le dio un ataque epiléptico mientras un pianista tocaba algo de Debussy. Y yo veía la escena desde atrás como quien mira una película, porque el azul de su vestido sólo era el recuerdo de tu horrible pijama con barquitos e infantiles dibujos marinos; Debussy no me evocaba nada que tuviera que ver contigo y eso aceleraba mis nervios. Después de las salutaciones de rigor y de hacerme presente casi a fuerza (palomita, cumplí), tomé un taxi que me condujo a la 908. No quería estar ahí sino en mi casa, contigo. El hidromasaje es un lujo de esos que me gustan pero prefiero los pelos de gato. Debimos volver a Tlaxcala, hacer el amor con MTV de fondo, luego fumar y comer chocolates. Ese hotel supo a despedida y desde entonces todo me patea un adiós: desde los chilaquiles del desayuno, hasta este preciso momento en que te pido que te vayas para escribir estas líneas. Es que yo ya estoy diciendo adiós. Los planes saben a poco; no es en ellos donde me consuelo. Tampoco me consuelo en tu frase “esto aún no termina” pero a pocas horas de que Iberia te lleve de regreso, todo gesto es despedida. Verte planchar las camisas, la maleta cerrada de nuevo, la ropa necesaria para ponerse mañana, la última comida, la última cena. Todo me dice “The end” y los discos de Sónar, el libro de Alicia, Bebo y Cigala parecen ser una memorabilia o un relicario de promesas de amor. No te vas a la guerra, ni yo bordaré en el alfeizar de mi ventana. La pregunta esencial, en este instante preciso, me la refanfinfla. La pregunta supongo que es:
¿Resucitaremos?

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