Ocho años cumple esta ruinoso blog.
Tengo mil y un pretextos para justificar el abandono en el que lo tengo: que si los estudios, que si otros textos en otro lugares, que si estoy preparando algo, que si la seducción del papel, que si las redes sociales quitan tiempo, que si mi propio intimismo me da pereza, que si debería darle un giro, que si ya no soy yo la que lo empezó hace tiempo, que si yo qué sé.
Ya no sé si quiero que sea el diario abierto que fue, ya no sé qué quiero que sea. Lo alimenté de realidades que me inventé y a veces todavía me indigesta.
Yo tampoco sé qué quiero ser. Sigo igual de atomizada y dispersa. El cambio es lo único que permanece. El cambio y este blog, que seguirá rondando como el cuaderno que no tiene lugar fijo pero que de vez en cuando ofrece una hoja en blanco para hacer listas del supermercado, para garabatear mientras se habla por teléfono o para escribir cartas que jamás se envían.
Larga vida al casi abandonado. Un día de estos quizá lo peine y sigamos siendo la pareja feliz que fuimos. Mientras tanto, seguiremos siendo la pareja inevitable.
Ocho, qué número tan redondito para dar vueltas sin cesar sobre una misma.
Ocho, me regodeo en mi misma y sigo...